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No me gusta colgarme de los comentarios de otras personas pero tengo que reconocer la enorme nostalgia que se apoderó de mí cuando leí los obituarios de Bef (aka Bernardo Fernández).
Graphis cerró. Enrique Alonso murió.
Me hubiera gustado darle la mano llena de infinitas gracias al dueño de esa librería de la Anzures, por ser el único lugar durante más de una década con un espacio decente y lustroso dedicado a los cómics.
Aquel hombre con quien compartía mi cama en ése tiempo y yo solíamos arrebatarnos las novelas gráficas de las manos. Casi siempre ganaba su servilleta, así que él visitaba la tienda al otro día y pedía el mismo título, que a veces tardaba hasta dos meses en llegar. Mientras esperábamos el otro ejemplar, leíamos el mío una y otra vez (antes o después de). Podíamos jugar a leer juntos durante meses. Casi deseaba que no le trajeran el suyo. Para cuando le avisaban de Graphis que su cómic estaba listo, el mío ya tenía algunas enmendaduras propias del juego y la lectura compartida. Mi ex iba por él, lo admiraba por fuera, lo hojeaba un poco y luego lo guardaba en su librero.
“Es que tú los patanizas”, era su sentencia.
Ese hombre tiene ahora un nuevo bebé que seguro morderá las orillas de sus cómics en cuanto pueda alcanzarlos del estante donde los guarda, celosamente, in mint condition.
Goodbye Graphis, hola bebé vengador.
Al Sr. Alonso le hubiera pedido que me dejara sacarle una foto en aquel árbol que usó para escenificar mi cuento favorito. ¿Alguien se acuerda del nombre del cuento? Un hombre duerme cien años y despierta para darse cuenta de que toda la gente que conoció ha muerto.
Los blogs son ante todo un ejercicio melancólico. Son fraternales palabras lanzadas al aire que nadie compra y pocos escuchan. Pero, a veces, son recordatorios de que por más que nos las demos de outsiders, nerds, incomprendidos, somos bien normales.
“Me consta que éramos legión”, dice acertadamente Bef.
Un saludo a Ernesto Priego, quien seguro no se acuerda, pero nos vimos por primera vez en esa tienda.
Hace tiempo
1. Que no me dan ganas de ponerme hasta el gorro
2. Que no consigo el sueño si no leo un rato
3. Que no me harto de la presencia de una persona
4. Que no me subo al metro
5. Que no como de pie
6. Que no beso a alguien durante 20 minutos seguidos
7. Que no pago mi entrada al cine
8. Que no me enamoro
9. Que no compro un cd sin conocer al artista
10. Que no voy a la Marquesa
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Uno es lo que hace, no al revés.
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Está padrísimo caminar encuerada por mi casa.
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Leer desnuda es como leerle a todo mi cuerpo en voz alta.
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Postear en cueros no se siente diferente más que cuando pienso que alguien me está viendo.
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Sin ropa que estorbe, el viento salitroso se cuela entre mis piernas.
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Busco artistas "digitales"
De carne y hueso. Estoy proponiendo un artículo en la revista Farenheit sobre arte digital. Quisiera una entrevista y conocer su obra. Conozco algunos pero, who knows, chance y ustedes conocen al de a deveras y yo me lo estoy perdiendo.
En esto de la "plástica digital" me parece que hay cantidades industriales de desocupados que encuentran en el arte una fuga, tan válida como emborracharse, fumar mota o pegarle al perro. De preferencia abstenerse.
No importa edad, si practican el sexo tántrico y tampoco si tienen una "propuesta".
Con que su trabajo hable por ellos sin prólogos es suficiente.
Urge.
Cat and Girl
By Dorothy Gambrell
Hasta en el baño
“La prueba de la maravillosa singularidad del escritor es que durante esas tan comentadas vacaciones, que comparte fraternalmente con obreros y dependientes, no deja de trabajar, o al menos no deja de producir. Falso trabajador, también es un falso vacacionista. Uno escribe sus recuerdos, otro corrige sus pruebas, el tercero prepara su próximo libro. Y el que no hace nada lo confiesa como una conducta auténticamente paradojal, una hazaña de vanguardia, que sólo un espíritu fuerte puede permitirse mostrar…
La segunda ventaja de esta verborrea es que, por su carácter imperativo, aparece – con toda naturalidad- como la esencia del escritor. Él acepta sin duda que está provisto de una existencia humana, de una vieja casa de campo, de una familia, de un short, de una hijita, etc., pero contrariamente a los otros trabajadores que cambian de esencia y en la playa no son más que veraneantes, el escritor conserva en todas partes su naturaleza de escritor; al tener vacaciones muestra el signo de su humanidad; pero el dios permanece, se es escritor como Luis XIV era rey, inclusive en el inodoro.
Todo esto introduce a la idea de un escritor superhombre, de una especie diferente que la sociedad exhibe para gozar mejor de la singularidad ficticia que ella le concede.”
-Roland Barthes
Plaza Garibaldi, 3 a.m.
Alfonso: (canta a destiempo con los mariachis) ¡Y llegó borracho el borracho!
Letisia: ¿Te canto manito? Órale, ya pa’ que me vaya.
Alfonso: No gracias.
Letisia: Ándale, me sé unas bien buenas y bien baratas.
Alfonso: No traes grupo ni guitarra, mano, como me vas a cantar.
Letisia: Pero canto bien chingón, no es por nada pero tengo la mejor voz de aquí. Ni necesito guitarra, por dios.
Alfonso: A ver, échate una
Letisia: Pus a ver la lana primero
Alfonso: N’ombre, cómo va a ser, no traes ni guitarra.
Letisia: Pus ni que estuvieras tan bueno pendejo, la neta te ibas a salir rayado de oír mis canciones.
Alfonso: ¿A poco tú las escribiste?
Letisia: A huevo, güey, yo escribo bien bonito. O sea soy poeta, n’serio, yo soy mejor que todos estos putos que ves aquí. Yo soy la Letisia con ese, la reina de Garibaldi.
Alfonso ríe
Letisia: Oh, si te vas a reír…
Alfonso: No perdón, no me estoy riendo de ti, nada más me dio risa lo que dijiste
Letisia: ¿Tu qué eres o qué?
Alfonso: Yo también soy escritor
Letisia: Ves, aquí todos andamos de paso, tu también eres chingón, a ver dime algo de lo qué escribes
Alfonso: (
duda) No, pues yo escribo cosas que no se pueden mmh, contar…
Letisia: Ohhh, ya ves, yo si sé lo que escribo
Alfonso: Yo también, pero…
Letisia: No chingá, tu has de ser igual que el puto que me madreó aquí. (
Señala su pómulo) Este putazo que ves aquí me lo dio un pinche artista también, son una puta lacra. Has de ser ojete tú también ¿no?
Alfonso: No mames, como crees.
Letisia: Pus es que eres hombre, así son todos.
Alfonso: Bueno, bueno, me vas a cantar o ya me voy.
Letisia: Ves como eres ojete, ya quieres que trabaje sin que me pagues. Sabes qué, nel, cómo ves que no te canto.
Alfonso: Órale aquí está la lana ¿cuánto, cincuenta la rola?
Letisia: No la neta ni aunque me dieras cien, me caíste gordo, pinche chango.
Alfonso: No te enojes, ya aquí está la lana.
Letisia: Mira, vamos a hacer una cosa. Tu te vas y le das esa lana a tu mujer y te la coges rico y yo me doy por bien servida. A mi me vas a oír un día en el radio o me vas a ver en la tele. Cuando sea famosa me vienes a visitar.
Alfonso: Hombre, no te pongas así, ya no me cantes pero toma la lana pues.
Letisia: Órale, bien por ti. Chido carnal.
Letisia toma el dinero y se retira.
La lucecita al centro es la luna
Cannes después de ver Elephant de Gus Van Sant.
Subiendo fotitos, new toy
¿Porqué cuando uno tiene un juguete nuevo cualquier otro amor palidece?
Debe ser una maña evolutiva del ser humano, tan o más importante que cocinar los alimentos.
Cinco juguetitos por los que alguna vez me odiaron (o todavía me odian) los novios en turno:
1. El Sandman
2. Mi cámara digital
3. Un atari usado que compré 10 años too late
4. El Ok Computer
5. Las partidas de dominó en casa de Acán
Quisiera decir que el número 6 es un vibrador, pero me sobra pudor y la neta no soy tan cool.
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FLASH INFORMATIVO...
(¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡No sin antes saltar de gusto!!!!!!!!!)
Sóbrame:
Vendo 1 boleto para la última fecha de The Cure.
Lunes 6 de septiembre 20:30 horas
600 más 93 (cargo de Ticketmaster).
Hay que pagarlo antes de del concierto.
Ándenle que se acaba.
Publicado en 1896
“La noche pasada estuve en el reino de las sombras.
Si supiesen lo extraño que es sentirse en él. Un mundo sin sonido, sin color. Todas las cosas – la tierra, los árboles, la gente, el agua y el aire – están imbuidas allí de un gris monótono. Rayos grises del sol que atraviesan un cielo gris, grises ojos en medio de rostros grises y, en los árboles, hojas de un gris ceniza. No es la vida sino su sombra, no es el movimiento sino su espectro silencioso.
Voy a tratar de explicarme para no ser tachado de un loco o de hacer concesiones con el simbolismo. Estuve en el Aumont viendo el cinematógrafo de Lumière: la fotografía animada…
…esta vida, gris y muda, acaba por trastornarte y deprimirte. Parece que transmite una advertencia, cargada de vago pero siniestro sentido, ante la cual tu corazón se estremece. Te olvidas de dónde estás. Extrañas imaginaciones invaden la mente y la conciencia empieza a debilitarse y a obnubilarse…Pero de pronto, a tu lado, se escucha el animado parloteo y la provocadora risa de una mujer…y recuerdas que estás en el Aumont, el local de Charles Aumont. ¿Porqué entre todos los locales este notable invento de Lumière había de abrirse camino y ser exhibido aquí, este invento que afirma una vez más la energía y la curiosidad de la mente humana, desentrañándola y atrapándola, y que…en su intento de ahondar en el misterio de la vida ayuda de paso a construir la fortuna de Aumont?...
…Estoy persuadido de que estas imágenes serán pronto reeplazadas por otras más de acuerdo con el tono general del Concert Parisien. Por ejemplo, proyectarán una película titulada:
El desnudo, o
La dama en el baño, o
Una mujer en la intimidad. También podrían filmar una sórdida pelea entre marido y mujer y ofrecérsela al público con el título de
Las bendiciones de la vida en familia.
Sí, indudablemente se harán este tipo de películas. Ni lo bucólico ni lo idílico tienen ningún futuro en el mercado ruso, sediento de cosas picantes y extravagantes.
También puedo sugerir algunos temas a desarrollar en cinematografía, para diversión del público. Por ejemplo: empalar un parásito de la actualidad sobre una estaca, según la costumbre turca, fotografiarlo y exhibirlo después.
No es exactamente picante pero sí muy edificante.”
MAXIMO GORKY,
Publicado en el diario "Nizhegorodski listok" el 4 de julio de 1896 con el seudónimo I.M Pacatus.
To be or not to be
Puede traducirse como “ser o no ser” pero también como “estar o no estar”. Llámenme boba pero nunca se me había ocurrido cuestionarlo de este modo.
Cuando mi papá de pronto lanzaba al aire aquello de “to be or not to be, he ahí el meollo del asunto”, yo le respondía “to be, papá, obvio que to be”. Me parecía infinitamente estúpido preguntarse si ser o no ser SIENDO.
La otra opción era no ser, morir o como después leería:
to die: to sleep, perchance to dream.
En mi mente ochoañera eso era una pérdida de tiempo.
Creo que todos tenemos ocho años en algún lugar del dedo meñique.
¿Qué tanto de “estar o no estar” tiene aquél monólogo?
Estar en un lugar, en una persona, en un trabajo.
De algo estoy segura: esa traducción gachupina que dice: “existir o no existir” no tiene ningún sentido. (Esa traducción tiene demasiados ocho años o demasiados dedos meñiques).
La cuestión, o como decía mi jefe, “el meollo” es otro.
Diálogos
Rolo.- Soy una víbora, un malnacido.
Ernestina.- Las víboras no tienen patas para salir a chingar.
Rolo.- Soy una víbora que ha estado en el infierno.
Ernestina.- Ya cállate. Ya falta poco.
Rolo.- Estuve en el infierno, ¿quieres ver? (Le enseña un dibujo en una hoja de papel) Así es el infierno. Aquí en la cama de la esquina había un violador. Y en la otra estaba un tipo que se quiso sacar el corazón con una sierra eléctrica.
Ernestina.- ¿Y porqué no se lo sacó?
Rolo.- Su pecho era una cicatriz. Traía unos tatuajes y los ojos se le salían.
Ernestina.- Ya, por favor, estáte sentado. Ahorita llegan.
Rolo.- No quiero irme al infierno, no me quiero morir en el infierno.
Ernestina.- No te vas a morir.
Rolo.- Pero tu sí te vas a morir con mi muerte en la consciencia. Allí voy a estar, con hijos de políticos y violadores.
Ernestina.- Ni modo qué le vamos a hacer.
Rolo.- Y no me salgas con que esto te duele más a mí que a ti. Eso lo decía mi mamá cuando me madreaba hasta dejarme inconsciente. No. Esto siempre me va a doler más a mí. Yo soy una serpiente, pero tú eres una rata.
Ernestina.- Rolo deja de decir sandeces.
Rolo.- ¿Vas a dejar que me lleven?
Ernestina.- Ya te dije que si.
Rolo.- Pero yo no me quiero ir.
Ernestina.- Eso es lo que haces todos los días. Hueles a puros miados.
Rolo.- Yo soy una basura, huelo a miados, no tengo calzones limpios. Yo soy todo lo que tú quieras, pero yo nunca he salido a la calle a romperle el corazón a nadie.
Ernestina.- No, tú rompes puros conocidos.
Silencio. Tocan el timbre. Los dos miran expectantes hacia la puerta.
Rolo.- ¿Te voy a ver en el infierno?
Ernestina.- Toma tus cosas.
Rolo.- ¿Te voy a ver?
Ernestina.- Pregúntale al diablo ahora que lo veas.
Las luces se apagan.
Sonic Youth, los asistentes
No tengo mucho que decir sobre este grupo. Sé que son la verdad. Sé que todos los que no alcanzamos boletos para The Cure nos la vamos a curar en este conciertazo. (Si es que no se nos ocurre, en un arranque de juventud, lanzarnos en último momento a pagar el triple).
Un concierto trasciende cualquier crónica. Así como nadie puede contarnos la guerra ni a qué sabe el primer trago de chela de la noche. Hay qu’ir.
La experiencia se hace todavía más entrañable cuando se pinta de momentos inesperados:
“Llovía, habíamos parqueado el coche bien lejos, yo traía agarrado de la mano a este güey porque ya íbamos tarde y tantito antes de entrar me agarró la nalga y me dio un beso, así empezamos a andar” o “No tenía ni un puto centavo y me fui a parar afuera del Palacio para ver si oía algo, en eso pasó este ñero de la oficina que le sobraba un boleto...”
No hace tanto tiempo que me gusta este grupo. La primera vez que oí el nombre fue cuando le pregunté a mi carnal el Rodro qué significaba esa lavadorcita estampada en su camiseta azul. “Eso, ah es del Sonic”. No dije nada porque a mí en ese tiempo me gustaba Peter Gabriel o algo así. Poco a poco me encariñé con el dueño de la camiseta hasta que un día decidió irse de mochilazo a las Uropas. Hizo una venta de garage antes de irse. Ahí estaba la lavadorcita, tendida en su patio. La apañé, por supuesto, y esa misma tarde fui a comprar el disco.
Mi amigo se fue, regresó y se volvió a ir, esta vez a Cuernavaca que luego resultó estar más lejos que Europa.
Mis gustos cambiaron y hace poco lloré cuando no me alcanzó para irme a ver a los Pixies a Coachella.
Luego empecé un blog.
Creo que la mayoría de los “bloggers” que leo van a ir a este concierto. No conozco físicamente a todos por lo que propongo que todos lleven un tag o por lo menos vayan vestidos de los colores de su blog. También podrían saludar de beso a cualquier mujer que pase junto a ustedes. Cuando les den un cachetadón pueden responder “Es que pensé qu’eras Ira, la del taza”.
Pensándolo bien no hace tan poco tiempo (que soy como soy). El otro día mi hermana me dijo que no mamara, que me comprara una pijama decente y dejara de usar esa pocilga de lavadorcita para dormir. “Ya’stas grande, chingá”.
Saturnino Celeste
Saturnino Celeste baja corriendo las escaleras. En los balcones hay tendidos perennes de calzones y medias que se detienen de ganchitos como lo hace el tiempo en aquella vecindad. Un estruendo ha provocado que todas las vecinas salgan de sus casas con las manos llenas de jabón o de grasa. “Está temblando”, gritan. El llanto de un niño estalla en la dulzura matutina. Las ollas se estremecen de vapor con los cocidos que esperan a la familia. Saturnino tiene un libro en una mano y un trozo de papel de baño lleno de chile chipotle en la otra. Se aferró a ellos como quien salva sus dos hijos de un incendio. Una nave, similar a un sombrero de copa, se ha posado en el patio central de la vecindad y los hombrecillos que salen de ella se enredan entre ropa mojada. Tienen los ojos violeta y lo que parecen faldas escocesas, son en realidad sus anchos muslos de textura tableada. Como un reflejo, Saturnino aprieta el papel higiénico contra sus labios para limpiar los restos de la quesadilla. “Saturnino”, le dicen los hombrecillos, y él se percata de que son todos y no uno sólo, los que pronuncian su nombre. “Hemos venido por ti…la nave tuvo un desperfecto y tardamos algunos quarks, pero estamos aquí.” La mujer del departamento cinco corre a abrazar a su perro, a quien Saturnino recuerda, nunca había oído ladrar. El perro logra escapar y ya lame las manos de los hombrecillos.
“Así que conservas a Titán, siempre fuiste apegado a las mascotas. Está bien, llevémoslo también.” Saturnino está tranquilo, su legendaria timidez no se hace presente. La solterona propietaria del Titán llora al comprender que su perro nunca le perteneció. Saturnino lo acaricia como si hubieran nacido juntos.
“Queremos que nos cuentes las historias a detalle ¿Cuántas vidas terrestres pasaron desde nuestro último encuentro? ¿Cuarenta, cincuenta?”, preguntan los hombrecillos.
Saturnino no contesta.
“Ya habrá tiempo, recordarás poco a poco. Ahora, debemos irnos”, ordenan al unísono.
Una de las mujeres en el segundo piso ha sacado una escopeta. “A ver cabrones, marcianitos o no, se van a chingar a su madre”. Los hombrecillos reculan, uno de ellos toma de la mano a Saturnino, quien se rinde a su destino, como siempre, sin comprenderlo. La nave arranca. Titán, lanza un ladrido de gozo desde dentro. Los motores se detienen de pronto. Saturnino sale del portal de la nave con urgencia. Toma a la solterona de la mano. Ella hace una pausa, mira a la mujer de la escopeta y sonríe mientras camina hacia el portal que la espera.