sábado, octubre 15, 2005

Post dolor post mortem

Ahora sí me conmueve profundamente la muerte de Roberto Bolaño. Estoy llorando. De veras.

Ahora sí puedo llorar a pierna suelta, ahora que leí las 609 páginas de sus Detectives Salvajes y releí los relatos de Putas Asesinas, ahora que sé que su mejor amigo, el poeta en el que basó el personaje Ulises Lima de DS, murió un poco antes que él; un atropellado más en las calles de esta --a veces-- maldita ciudad.
Maldito transplante que no llegó, maldita insuficiencia renal.
Bolaño no creía en la reencarnación ni en dios. Ni en el universo.
Sus amigos y sus entrevistadores dicen que creía en la literatura. En las mujeres, en sus hijos, en sus amores.

Vomitaba a Octavio Paz como un homenaje al vómito. Comía Rimbaud y vomitaba Paz.

A los 22 años fundó --con dos manifiestos exquisitos y una revistucha literaria que sólo duró un número-- el movimiento poético de los Infrarrealistas, rebautizados como 'Realvisceralistas' para la novela.

Hubo un tiempo en que la que esto escribe caminaba a diario por la Av. Bucareli, lo hacía sin el menor respeto. Cuando trabajé en el periódico azul visitaba regularmente el café La Habana, donde Bolaño era un niño poeta. Allí, en una de esas mesitas Roberto Bolaño gestó su decisión de no tener patria. Para cuando yo visité el lugar, el escritor ya estaba muerto y sus detectives se hacían viejos en los estantes de Gandhi pero yo no me daba cuenta.

Me dan ganas de escribir, pero más ganas de leer como él.

¿Se puede llorar a un muerto dos años después?
¿Quince, dieciséis?
¿Es posible que algo ocurrido uno o dos siglos antes de tu vida te duela tanto?
¿Es posible encender en retroactivo la infinitesimal consciencia?

Supongo que me estoy volviendo vieja.

UPDATE:
Es posible que lo que duela sea la propia muerte, la propia decisión de no tener patria, pero que sólo duela cuando se es capaz de alojar tanta cosa en el cuerpo. Ni un minuto antes.