miércoles, junio 29, 2005

Reflexiones sobre género negro

Esto salió en el suplemento El Ángel de Reforma, el domingo 26 de junio 2005. (Texto íntegro)

Escalera al Cielo
Por Sergio González Rodríguez
En la literatura mexicana del siglo 20 la narrativa policiaca, negra o de misterio ha sido un género menor. Para explicar esto, se ha apuntado la dificultad que existe para su florecimiento debido a la imposibilidad de la justicia y sus instituciones, siempre corrompibles, siempre sujetas al poder económico y político. Así, las pesquisas en pos de los culpables de crímenes "perfectos" adquieren un estatuto irreal donde campea la impunidad.
En un escenario semejante, no habría lugar para la inteligencia que trabaja a favor de la ley y en contra de los transgresores. Tampoco para la transferencia del estudio del mal individual hacia el mal social o la exposición de los contrastes de la vida urbana con sus reflexiones mixtas de verosimilitud y metafísica. Aquella "jungla de asfalto" que reflejaría la tragicomedia humana.
El auge y familiaridad colectiva con la violencia a partir de mediados de los años 90 del siglo 20 en México, ha consumado un cambio distintivo en aquella tradición. La narrativa policiaca, negra o de misterio ha encontrado a su vez si no un esplendor, al menos una producción muy interesante de autores y obras, muchos de ellos con relatos inspirados o situados en el norte del País o en sus fronteras, allí donde el pacto de Estado-Nación está en crisis por el poder corruptor del crimen organizado, sobre todo, el narcotráfico.
Habría que añadir que si aquel género fue minoritario esto aconteció por la falta de pericia de muchos escritores para encontrar, más allá de la parodia simple o los juegos imitativos carentes de profundidad, un sentido del espacio y un lenguaje para expresarse, cualidades que Fredric Jameson ha destacado, por ejemplo, en el caso canónico del estadounidense Raymond Chandler (cf. "The Synoptic Chandler", en Joan Copjec, Shades of Noir, New Tork, Verso, 1996).Para decirlo de otro modo, una entereza individual que se piensa a sí misma con la suficiente complejidad y viveza que es capaz de distinguirse de las inercias gregarias respecto del sentido común.
La pugna entre la voluntad individualizante y las instituciones: el héroe citadino en la aventura de sobrevivir. El paso del hombre de la multitud al detective de sí mismo y de los demás que cada ciudadano llevaría consigo en la esfera de lo moderno.
En la literatura mexicana las excepciones correspondientes serían los thrillers revolucionarios de Martín Luis Guzmán, el empeño excepcional de Rodolfo Usigli con Ensayo de un crimen, o ya en el plano de la parodia de lo policiaco, negro o misterioso que marcará la línea a seguir bajo tal narrativa desde los años 40 hasta el término del siglo 20, Antonio Helú y La obligación de asesinar, que tuvo una continuación que auguraba la madurez del género en México a través de Rafael Bernal, Jorge Ibargüengoitia, Vicente Leñero, Carlos Fuentes y Paco Ignacio Taibo II.
En los últimos años, escritores como Elmer Mendoza, Guillermo Arriaga, Eduardo Antonio Parra, Juan José Rodríguez, Julián Herbert, entre otros, han transformado el antiguo esquema en nuevas posibilidades que cada vez logran mayor capacidad ante el desafío del propio género, que ya señalaba en su momento Xavier Villaurrutia: el interés del lector en torno de un enigma, el saber convertir tal curiosidad en una toxicomanía, en explotar la intriga hasta que en el momento preciso se dé la revelación catártica.
Con el fin de estimular la escritura y la recepción de la narrativa de suspenso, la Editorial Planeta y su sello Joaquín Mortiz convocó su Premio de Novela Una Vuelta de Tuerca 2005, en el que resultó ganador el joven escritor Bernardo Fernández con Tiempo de alacranes, un relato que se ubica entre Nuevo León y Coahuila hacia la frontera con Estados Unidos. En realidad, se trata de una novela que es al mismo tiempo una road movie plena de ingredientes generacionales que incluyen los cómics, las películas hiperviolentas, la música de rock y el lenguaje vernacular. Tiempo de alacranes entrecruza dos relatos: el primero corresponde al punto del vista del antihéroe de la novela, un asesino a sueldo; el segundo implica a un trío de jóvenes nómadas en busca de su propio destino, uno de ellos prófugo de la violencia en Europa del Este.
Al encontrarse como fragmentos en el mismo imán clandestino, la novela tiene su motivo central, con el telón de fondo del poder delincuencial, la corrupción judicial y policiaca, la existencia de un mundo dividido entre quienes saben vivir de las transgresiones y quienes asumen una normalidad que tiende a marginarlos de toda aventura. El dominio del espacio por la propia itinerancia le da un rumbo especial a Tiempo de alacranes, y reinventa una geografía imaginaria que cumple un papel idóneo como plataforma hacia el suspenso primordial.
La novela, que fue elegida por unanimidad en un jurado compuesto por Federico Campbell, Ignacio Padilla y Eduardo Antonio Parra, trae consigo también un sentido del humor que se beneficia de las ventajas de la metaparodia, ejemplarizada sobre todo por el cine de Quentin Tarantino o Robert Rodríguez. Una crítica brillante de lo alrevesado de nuestra farsa colectiva.
***
Saludos, mi queridísimo Bef.

2 Comments:

At 8:48 a.m., Blogger Ernesto said...

Yo acabo de leerla, y es de lo mejor que he leído ultimamente.

Puro respect al Bef. Soy su fan. Y la portada del Bachan está padre.

 
At 8:55 a.m., Blogger ira said...

Semos sus fans todos, chingá, cuando hay talento, ni como esconderlo.
Aunque esto no es sopresa, también soy tu fan don Ernesto ¿cómo y a cómo se consigue tu libro de poesía?
Ya déjanos leerte.

 

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