lunes, febrero 21, 2005

Hace 16 años que murió mi mamá. Diez y seis años, dieciséis, dieeez y seeeeissssss. No sé lo que es el tiempo, pero se parece a muchas pieles como de lobo sangrante que se absorben sobre la mía.
El tiempo puede ser una herida vacía, una polaroid, un hábito perdido en la inconsistencia, lo que vuela, aquél fantasma sobre el corredor.
Hay algo ciego en él. Mis orejas sin párpados, un recorrer de sonidos abismales goteando en las ventanas.
Mi mamá venía de un mundo perfecto donde las mujeres usaban tiaras y odiaban la terlenka. Tenía, recuerdo, un vestido color coral, robado hace ya tanto.
En sus arrugas me deslizaba como si fueran resbaladillas y el brazo corto alcanzaba para todos. Cocinaba, si, pero sólo en la felicidad. Comida confesional, su especialidad. También veía la tele y cagaba y rezaba, buscaba las llaves del auto 10 minutos después de su cita…namnio jorenguequió, un mantra que aprendió en sus años vegetarianos. Namino jorenguequío, namnio jorenguequío repetíamos todos, levantando cojines, abriendo y cerrando puertas, hasta que mi madre se daba cuenta que había dejado las llaves pegadas.
Namnio jorenguequío, el mantra que debí rezar en su funeral para encontrarla a ella, cuando los aves marías me reventaban por dentro. Escupí, los escupí a todos, escupí en silencio la tierra que se la llevó y el gargajo cayó sobre mi cara cuando miré a dios.
(dioses tumultuosos, volátiles, indolentes, piadosos, llenos de gracia)
Una vez la vi rota. Soñaba rota, bailaba rota. Pegó sus ojos a la tierra, usó sus ojos como suelas para caminar, consciente del gusano.
La suciedad de perro se llenó de ojos de mi madre. El vómito de los borrachos era lo de menos, la cuenta estaba pagada desde antes.
Envalentonada, como un guerrillero libio, sacó un arma y me mató. Me había parido, tenía derecho a hacerlo. Cuando volví a nacer me parecía un poco más a ella, heredé su nariz y el color de su piel. Y me prometí que algún día yo la mataría también y entonces estaríamos en paz, como moscas de la fruta muriendo a diario, sin otro anhelo que alcanzar al crepúsculo, irnos con el sol a otra parte de una vez por todas. De una puta vez por todas.
Tomé una pastilla que me hiciera tonta y me hizo. Luego tomé otra para revertir el proceso pero nunca supe si dio resultado. Lo tonto no se quita, decía mi mamá. Uno está destinado, jodido, rentado. No se es propio, te prestan. Y cuando quieren te toman de nuevo. Mi pastilla blanca se tornó rosa intenso, coral, como su vestido. No sé que marca era mi pastilla, pero hizo de mi lo que soy. Rentada y jodida y fugaz.