Stevie
Los miembros del consejo editorial de la revista Wired tienen una junta cada primavera para seleccionar los ganadores del Rave Award. Las categorías para las menciones en el premio incluyen Ciencia, Políticas Públicas, Juegos de video, Televisión, Tecnología, Renegados, entre otros.
El problema es que cada año, desde hace cinco, Steve Jobs inventa nuevas formas de que el mundo gire. Si esogieran sólo a aquellos cuyo trabajo trasciende de manera irreductible en la tela social, terminarían por escoger a Jobs todo el tiempo en varias categorías a la vez.
En 2001 inventó el iPod.
En 2003 el paquete iLife permitió editar películas, dvds y fotografías de manera harto sencilla.
Luego vino el iTunes y una de las películas animadas más entrañables (y mejor escritas) de toda la historia: Buscando a Nemo.
Pero todavía no estaba cansado de hipnotizar bestias adolescentes, así que salió con su batea del iPod Nano, sin mencionar todas las versiones de las iMac y la paquetería cada vez más fácil de usar dentro de estos monstruos del marketing.
Como dice mi hermana: puros hoyos en el bolsillo. Hoyos conectados directamente al bolsillo remachado de nuestro amigo Stevie.
Este año, Jobs le vendió el estudio de animación Pixar a Disney, no sin antes asegurarse una silla en el consejo directivo. Pronto, dicen los de Wired, Steve podría, si lo deseara, apoderarse por completo de Disney.
El señor no tiene ni un pelo, pues.
Con la mano en la cintura, el dueño de Apple también introdujo al mercado el iPod Video, a sabiendas de que obligaría a la industria televisiva a digitalizarse, tal como lo hizo un par de años antes con la industria musical.
Se puede decir que cuando Jobs dobla las manitas (por fin aceptó procesadores Intel y paquetería Windows en sus Mac) es porque entre los dedos de los pies ya tiene reservada, cual contagiosa enfermedad, una nueva revolución para la industria de la tecnología.
Steve Jobs no trabaja solo, eso es seguro; pero tiene el mérito de compartir una visión global a sus colaboradores que estarían felices de dar su brazo izquierdo por él.
Los de la Wired, jocositos, han decidido darle a Steve Jobs su propio Steve Jobs Award para que ya no moleste y deje a otros sobresalir un poco. Ahora la consigna (y la tiene difícil) es superarse a sí mismo.
(Esta nota apareció en la Wired de junio y yo le bordé algunos comentarios).
El problema es que cada año, desde hace cinco, Steve Jobs inventa nuevas formas de que el mundo gire. Si esogieran sólo a aquellos cuyo trabajo trasciende de manera irreductible en la tela social, terminarían por escoger a Jobs todo el tiempo en varias categorías a la vez.
En 2001 inventó el iPod.
En 2003 el paquete iLife permitió editar películas, dvds y fotografías de manera harto sencilla.
Luego vino el iTunes y una de las películas animadas más entrañables (y mejor escritas) de toda la historia: Buscando a Nemo.
Pero todavía no estaba cansado de hipnotizar bestias adolescentes, así que salió con su batea del iPod Nano, sin mencionar todas las versiones de las iMac y la paquetería cada vez más fácil de usar dentro de estos monstruos del marketing.
Como dice mi hermana: puros hoyos en el bolsillo. Hoyos conectados directamente al bolsillo remachado de nuestro amigo Stevie.
Este año, Jobs le vendió el estudio de animación Pixar a Disney, no sin antes asegurarse una silla en el consejo directivo. Pronto, dicen los de Wired, Steve podría, si lo deseara, apoderarse por completo de Disney.
El señor no tiene ni un pelo, pues.
Con la mano en la cintura, el dueño de Apple también introdujo al mercado el iPod Video, a sabiendas de que obligaría a la industria televisiva a digitalizarse, tal como lo hizo un par de años antes con la industria musical.
Se puede decir que cuando Jobs dobla las manitas (por fin aceptó procesadores Intel y paquetería Windows en sus Mac) es porque entre los dedos de los pies ya tiene reservada, cual contagiosa enfermedad, una nueva revolución para la industria de la tecnología.
Steve Jobs no trabaja solo, eso es seguro; pero tiene el mérito de compartir una visión global a sus colaboradores que estarían felices de dar su brazo izquierdo por él.
Los de la Wired, jocositos, han decidido darle a Steve Jobs su propio Steve Jobs Award para que ya no moleste y deje a otros sobresalir un poco. Ahora la consigna (y la tiene difícil) es superarse a sí mismo.
(Esta nota apareció en la Wired de junio y yo le bordé algunos comentarios).
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