lunes, septiembre 12, 2005

Los detectives salvajes

Boquiabierta me dejó la descripción de un encuentro sexual en este magnífico libro. No quiero dejarlo pasar, por eso lo transcribo:

Por el aliento supe que estaba a pocos milímetros del rostro de María. Sus dedos recorrieron mi cara, desde la barbilla hasta los ojos, cerrándolos, como invitándome a dormir, su mano, una mano huesuda, me bajó la cremallera de los pantalones y buscó mi verga; no sé por qué, tal vez debido a lo nervioso que estaba, afirmé que no tenía sueño. Ya lo sé, dijo María, yo tampoco. Luego todo se convirtió en una sucesión de hechos concretos o de nombres propios o de verbos, o de capítulos de un manual de anatomía deshojado como una flor, interrelacionados caóticamente entre sí. Exploré el cuerpo desnudo de María, el glorioso cuerpo desnudo de María en un silencio contenido, aunque de buena gana hubiera gritado, celebrando cada rincón, cada espacio terso e interminable que encontraba.

Y sigue, claro, pero yo quiero seguir leyendo, aunque me cueste los ojos y la operación tan cara a láser y la noche y las mañanas, el trabajo y los amigos.
Seguiré hasta terminar esas 609 páginas en las que Roberto Bolaño manda de nalgas la novela iniciática.

(Por otra parte, que un chileno nos haya venido a dar lecciones de como hablarle a esta ciudad con una gran novela me parece de exquisito gusto y sobrado humor). Bolaño ha muerto, ¡qué raro era Bolaño!