viernes, julio 16, 2004

El gran Rob

Zombie. Dice Stephen King que es sabio respetar a cualquiera que se apellide así. (Es como no hablarle bonito al taquero cuando sostiene un cuchillote en la derecha y mete la izquierda al aceite hirviendo). Así que me uno a King pero por razones estéticas: Rob Zombie es un cineasta decente y sincero.
Yo lo tenía por un roquero inteligente, compositor de rolas en las que el "punch" y la burla se confundían con la distorsión. Pasado de moda, un poco plano, pero siempre divertido.
Resulta que su "House of a 1000 corpses" es un deleite. El señor escribió una esquemática historia de horror adolescente, con todos los lugares comunes posibles que sin embargo, habita en los detalles.
Elías Canetti dijo que todo lo que no es tradición es plagio. Hasta ahora me queda clara la sentencia. Rob tiene la destreza de un viejo lobo para hacer el tiempo cinematográfico su aliado...Espera, espera, hasta que te das cuenta de que debes sentir miedo. Una toma cenital dura lo que el apego del espectador al corte directo. Es la ejecución de un policía de pueblo gringo. Una parodia contundente del poder. No apela al más fuerte, sino al más enfermo. Aquél que tiene, en consecuencia, la lógica más simple.
Tienen que verla. El espectáculo es completo. El público sale molesto, pensando que pagó 45 pesos por un bodrio que lo mantendrá turbado toda la semana.
Un elemento se extraña en la trama. La falta de sexo. Supongo que al director le movió el puritanismo estadounidense que censura una teta al aire en el SuperBowl (Benjamin Torres dixit) pero que puede dejar que sus adolescentes conozcan de cerca a un hombre que come hígados humanos.
Lo más divertido del asunto es que cuando los críticos en los periódicos quieran reseñar esta película se verán en la necesidad de decir:
"La casa de los mil cuerpos (ZOMBIE, 2000)". Wow. El privilegio de pensar bien tu apellido.