domingo, noviembre 21, 2004

Hay un tipo que me encuentro con regularidad desde hace una década. Ayer, por ejemplo, nos vimos en la Cineteca y la semana pasada nos avistamos en la fugacidad del metro General Anaya.
Es un tipo de cabeza redonda y recuerdo bien que cuando nos conocimos llevaba el cabello hasta la cintura. He visto (no siempre con agrado) cómo cambia de estilo: rastas, a rape, de oficinista y otra vez largo. Cuando nos topamos, nuestras miradas incrédulas se confunden con el hastío y cada uno sigue su rumbo, pensando, yo al menos, cuándo y en qué condiciones ocurrirá nuestro siguiente choque. Ninguno de los dos sonríe francamente ni se atreve a saludar al otro.
Hace como cinco años fuimos a una fiesta. Cuando lo ví entrar por la puerta tuve el impulso de correr a saludarlo y de paso soltarme a llorar. Iba sola y transitaba por una ruptura sentimental. En ese momento me pareció un aviso sobrenatural encontrarle allí, una coincidencia que no podía ser ignorada por más tiempo.
Mientras esquivaba danzantes para ir a su encuentro, preparé un discurso en mi mente de lo más casual, segura poseedora de su complicidad.
Tuve que dar la media vuelta. Una chava regordeta que estaba junto a él le acercó la botella de cerveza al estómago, levantándole la camiseta negra de Metallica. Su reacción fue violenta y con el aspaviento de sus manos tiró la cerveza de la gordita. Todos a su alrededor aplaudieron.
Creo que fue con esa mujer con la que se cortó el pelo y dejó de frecuentar los mismos lugares porque durante algunos años nuestros encuentros se espaciaron considerablemente.
Ahora lo veo más seguido. Se volvió a dejar el pelo largo y esas canas que antes se veían graciosas por prematuras, han cambiado su referente. También engordó un poco y su cara se ve aún más redonda.
Todavía no le pregunto su nombre.

1 Comments:

At 9:14 p.m., Anonymous Anónimo said...

Relindo el cuentito. Me encantó...
fábrica

 

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